lunes, 20 de abril de 2015

martes, 14 de abril de 2015

Pérdida de dos grandes de la literatura

Ayer, 13 de abril de 2015, dos grandes escritores nos dejaron: Günter Grass y Eduardo Galeano.

Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo, falleció a los 74 años. Considerado como uno de los más destacados representantes de la literatura latinoamericana, se inició en el periodismo a los catorce años publicando dibujos y caricaturas y siendo más tarde jefe de redacción y director de diarios. Es autor de Las venas abiertas de América (1971), ensayo histórico sobre la América Latina desde su colonización hasta el siglo XX. Otros títulos a destacar son: Los días siguientes, El libro de los abrazos, La escuela del mundo al revés…

Günter Grass, escritor alemán, falleció ayer a los 87 años. Alcanzó el éxito con su primera novela El tambor de hojalata en 1959 y se le otorgó el Nobel de Literatura y el Príncipe de Asturias de las Letras en 1999. 

Aquí os dejamos dos fragmentos de las obras de estos escritores:

DIEGO no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadioff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
- Ayúdame a mirar!
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.

Lo reconozco: estoy internado en un establecimiento psiquiátrico y mi enfermero me observa, casi no me quita el ojo de encima; porque en la puerta hay una mirilla, y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que a mí, que soy de ojos azules, no es capaz de calarme. De modo que mi enfermero no puede ser enemigo mío. Le he tomado afecto y, en cuanto entra en mi cuarto, le cuento a ese mirón sucesos de mi vida, para que, a pesar de ese estorbo de la mirilla, me vaya conociendo. El muy buenazo parece apreciar mis relatos, porque, en cuanto le meto alguna trola, me muestra, para demostrarme su agradecimiento, su última figura hecha de nudos. Si es o no un artista podría discutirse. Sin embargo, una exposición de sus creaciones sería bien acogida por la prensa e incluso atraería compradores. Anuda cordeles corrientes, que recoge y desenreda en las habitaciones de sus pacientes después de la hora de visita, convirtiéndolos en complicados fantasmas cartilaginosos que sumerge después en yeso, deja que se endurezcan y pincha luego en agujas de hacer punto, sujetándolas a pequeñas peanas de madera. Con frecuencia juega con la idea de dar color a sus obras. Yo se lo desaconsejo, le señalo mi cama de metal esmaltada de blanco y lo invito a imaginarse esa cama perfectísima pintada de colores. Espantado, se da una palmada con sus manos de enfermero en la cabeza, trata de expresar, con aire un tanto rígido, todos los horrores a un tiempo y abandona sus proyectos polícromos. 
Günter Grass. El tambor de hojalata.