viernes, 18 de abril de 2014

Adiós a Gabo, uno de los grandes

Gabriel García Márquez, nacido en Aracataca (Colombia) el 6 de marzo de 1927, falleció el pasado jueves 17 de abril a la edad de 87 años. Gabo, como se le conocía afectuosamente, empezó a estudiar Derecho, pero abandonó estos estudios para dedicarse al periodismo. Considerado uno de los más grandes escritores de la escritura universal, es padre y maestro del realismo mágico, corriente literaria que se caracteriza por la narración de hechos insólitos, fantásticos e irracionales en un contexto realista. "El novelista puede inventar todo siempre que sea capaz de hacerlo creer. El gran reto de la novela es que se crea línea por línea. Pero lo que descubre uno es que la literatura, la ficción, la novela... es más fácil de hacer creer que la realidad", comentaba en una entrevista.
La publicación de Cien años de Soledad en 1967 le valió la fama internacional y en 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Algunas de sus obras: El coronel no tiene quien le escriba (1961), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en tiempos del cólera (1985). Cien años de soledad (1967), su obra cumbre, está considerada como una de las obras maestras de la literatura universal de la que ha vendido más de 30 millones de ejemplares en todo el mundo en los 35 idiomas a la que está traducida. En ella se narra la historia de la familia Buendía y mezcla constantemente la realidad con la fantasía. De esta manera comienza: 
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. «Las cosas, tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer."
Podéis encontrar algunos de sus libros en nuestra biblioteca. Os animamos a leerlos.

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